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¡Oh valiente soldado romano, que atendiste
oportunamente el llamado de Dios,
interceded por mí, ante Jesucristo el redentor
y concédeme tu protección.
Ayúdame a fortalecer mi coraje, a tomar
decisiones acertadas y oportunas a no
dejarme influenciar por nada ni nadie,
como lo hiciste tu, cuando pisoteaste el
cuervo que os quería manipular.
San Expedito, dígnate escucharme, por la
fe que os profeso, atiende mi plegaria, y
concédeme la gracia de convertirte en el
perpetuo Socorro de mi alma atribulada,
de mi agobiado corazón. Pues tú, oh glorioso
guerrero que conoce bien el dolor, tienes la
virtud de solucionar nuestras dificultades,
con mucha celeridad y por grandes
e imposibles que parezcan.
Santo mártir, abogado de las causas justas,
ayúdame a vencer cada uno de los obstáculos
que en mi andar pueda encontrar, librando
siempre la batalla y ante cada adversidad,
ten misericordia de mí y hazme levantar.
San Expedito, gran combatiente, por mi bien,
requiero vencer, por tanto te imploro que me
des tu mano, no me dejes sólo